LA CANCIÓN DE LA MARIPOSA Volaré por el hilo de plata. Mis hijos me esperan, allá en los campos lejanos, hilando en sus ruecas. Yo soy el espíritu de la seda. Vengo de un arca misteriosa y voy hacia la niebla. Que cante la araña en su cueva; que el ruiseñor medite mi leyenda; que la gota de lluvia se asombre al resbalar sobre mis alas muertas. Hilé mi corazón sobre carne para rezar en lastinieblas, y la muerte me dio dos alas blancas, pero cegó la fuente de mi seda. Ahora comprendo el lamentar del agua, y el lamentar del viento en la montaña, y el zumbido punzante de la abeja. Porque soy la muerte y la belleza. Lo que dice la nieve sobre el prado, lo repite la hoguera; las canciones del humo en la montaña, las dicen las raíces bajo tierra. Volaré por el hilo de plata; mis hijos me esperan. Que cante la araña en su cueva; que el ruiseñor medite mi leyenda; que la gota de lluvia se asombre al resbalar sobre mis alas muertas. De EL MALEFICIO DE LA MARIPOSA FEDERICO GARCÍA LORCA |
domingo, 30 de diciembre de 2012
EL MALEFICIO DE LA MARIPOSA
Etiquetas:
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DEDICADO A ESTA LUNA GRANDE Y A LOS QUE NO ESTÁN
La niña del bello rostro
está cogiendo aceituna.
El viento, galán de torres,
la prende por la cintura.
Pasaron cuatro jinetes
sobre jacas andaluzas
con trajes de azul y verde,
con largas capas oscuras.
«Vente a Córdoba, muchacha».
La niña no los escucha.
Pasaron tres torerillos
delgaditos de cintura,
con trajes color naranja
y espadas de plata antigua.
«Vente a Sevilla, muchacha».
La niña no los escucha.
Cuando la tarde se puso
morada, con luz difusa,
pasó un joven que llevaba
rosas y mirtos de luna.
«Vente a Granada, muchacha».
Y la niña no lo escucha.
La niña del bello rostro
sigue cogiendo aceituna,
con el brazo gris del viento
ceñido por la cintura.
está cogiendo aceituna.
El viento, galán de torres,
la prende por la cintura.
Pasaron cuatro jinetes
sobre jacas andaluzas
con trajes de azul y verde,
con largas capas oscuras.
«Vente a Córdoba, muchacha».
La niña no los escucha.
Pasaron tres torerillos
delgaditos de cintura,
con trajes color naranja
y espadas de plata antigua.
«Vente a Sevilla, muchacha».
La niña no los escucha.
Cuando la tarde se puso
morada, con luz difusa,
pasó un joven que llevaba
rosas y mirtos de luna.
«Vente a Granada, muchacha».
Y la niña no lo escucha.
La niña del bello rostro
sigue cogiendo aceituna,
con el brazo gris del viento
ceñido por la cintura.
Precioso regalo. Gracias. ;) |
Yo soy la madre de doña Rosita
y quiero que se case,
porque ya tiene dos pechitos
como dos naranjitas
y un culito
como un quesito,
y una urraquita
que le canta y le grita.
Y es lo que digo yo:
le hace falta un marido,
y si fuera posible, dos.
porque ya tiene dos pechitos
como dos naranjitas
y un culito
como un quesito,
y una urraquita
que le canta y le grita.
Y es lo que digo yo:
le hace falta un marido,
y si fuera posible, dos.
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