Aprovecho este medio para despedir el año y dar la bienvenida al nuevo, deseándoles lo mejor a todos mis lectores y a todos mis alumnos.
En este año 2016 nos han dejado Umberto Eco, Darío Fo, Leonard Cohen y Francisco Nieva.
Nos quedan sus obras, sus grandes obras, donde, irremediablemente, siguen vivos.
viernes, 30 de diciembre de 2016
domingo, 20 de noviembre de 2016
JUVENTUD: "AMOR REVÓLVER" DE LORETO SESMA
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jueves, 13 de octubre de 2016
EN HOMENAJE A DARÍO FO
"Necesitamos urgentemente locos"
Darío Fo, fallecido hoy a sus 90 años, y admirador de Cervantes, nos recuerda con gran cordura la falta que hace la falta de cordura.
Darío Fo, fallecido hoy a sus 90 años, y admirador de Cervantes, nos recuerda con gran cordura la falta que hace la falta de cordura.
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jueves, 29 de septiembre de 2016
LA CEGUERA
Un tema muy tratado por Antonio Buero Vallejo es la ceguera.
Hoy cumpliría 100 años, para homenajearlo recordamos un fragmento de En la ardiente oscuridad, donde Carlos habla de los colores, de la capacidad de ver... y, poco a poco, el teatro va quedándose a oscuras, hasta que comienzan a verse las primeras luces... Entonces llegan estas palabras:
“... Y ahora están brillando las estrellas con todo su esplendor, y los videntes gozan de su presencia maravillosa. Esos mundos lejanísimos están ahí, tras los cristales... ¡ Al alcance de nuestra vista!..., si la tuviéramos...”
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domingo, 4 de septiembre de 2016
NUBES FLAMENCAS Y MÍSTICAS
Tras de un amoroso lance
y no de esperanza falto,
volé tan alto, tan alto,
que le di a la caza alcance.
Para que yo alcance diese
a aqueste lance divino
tanto volar me convino
que de vista me perdiese;
y, con todo, en este trance
en el vuelo quede´falto,
mas el amor fue tan alto
que le di a la caza alcance.
Cuanto más alto subía
deslumbróseme la vista
y la más fuerte conquista
en oscuro se hacía,
mas, por ser el amor el lance,
di un ciego y oscuro salto,
y fui tan alto, tan alto,
que le di a la caza alcance.
Cuanto más alto llegaba
de este lance tan subido,
tanto más bajo y rendido
y abatido me hallaba;
dije: no habrá quién alcance;
y abatíme tanto, tanto
que fui tan alto, tan alto
que le di a la caza alcance.
Por una estraña manera
mis vuelos pasé de un vuelo
porque esperanza de cielo
tanto alcanza cuanto espera;
esperé sólo este lance
y en esperar no fui falto,
pues fui tan alto, tan alto
que le di a la caza alcance.
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lunes, 20 de junio de 2016
EL ANÁLISIS LÉXICO-SEMÁNTICO. RETALES
"PELOTÓN",SILENCIO."APUNTEN".
SILENCIO."FUEGO"
Serían ya las ocho de la mañana cuando
llegaron a Arganda del Rey .Todo estaba preparado,Un muro de mampostería ,resto
de un establo derruido,una explanada,un pelotón de fusilamiento y una cadena de
guardianes aportaron todo para la ejecución.Otros camiones,otros
condenados,otras desesperaciones se sumaron a la ceremonia.Un sacerdote con estola morada
rezaba en latín rutinarias imploraciones de misericordia .Eran casi un centenar
y tuvieron que agolparse para no exceder la dimensión del muro.Unos instantes
de silencio para que el sacerdote terminara su plegaria que concluyó con una
bendición trazada en el aire con una languidez de un adiós entristecido e
inmediatamente "Pelotón",silencio,"Apunten",silencio,"Fuego".
Si alguien gritó ,nadie pudo oírlo.
Cuando el capitán Alegría recobró el
conocimiento, estaba sepultado en una fosa común amalgamado en un caos de
muertos y de tierra. Tardó tiempo, pero, desoyendo el dolor, supo que había
transgredido, de nuevo, las leyes del mundo donde el retorno está prohibido.
Estaba vivo. Un universo de médulas, cartílagos inertes, sangre coagulada,
heces, alientos detenidos y corazones sorprendidos por la muerte conservaron
bolsas de aire en aquel desajuste de difuntos que le permitió respirar aun
enterrado. Estaba vivo.
Hay una oscuridad para los vivos y otra
oscuridad para los muertos y Alegría las confundió porque no trató de abrir los
ojos, pero al oír su propio llanto supo que aquél no era el silencio de los
muertos. Estaba vivo.
Alegría siempre habló de ese momento
como de un parto. Exhausto, tardó tiempo en definir los perfiles de su cuerpo,
desmadejado y oprimido por cadáveres enredados unos con otros. Un escozor en la
cabeza enmarcaba un punto tan doloroso que pensó que tenía abierto el cráneo en
dos mitades. Lentamente, procurando no alterar la quietud de aquellos muertos,
fue arrimando sus brazos a su cuerpo, deteniéndose tras cada esfuerzo para no
jadear porque temía que se acabara el aire, fue haciendo acopio de la fuerza
necesaria para zafarse del peso que le inmovilizaba. Había visto la fosa en la
que estaba enterrado antes de la ejecución y, dada su profundidad, no podía
tener muchos cadáveres encima. Lo intentó varias veces y, en cada intento,
comprobó que algo se desplazaba y dejaba de oprimirle, hasta que, al fin, todo
cedió y se encontró a cielo raso. La tierra ocupó su puesto y se arrastró hasta
llegar a un terraplén por el que se dejó caer procurando sofocar su llanto.
Estaba todo él menos sus gafas.
Una bala le había dado en la parte alta de
la frente de tal suerte que resbaló sobre su cráneo, abriendo una profunda
herida casi hasta la nuca, sin romper la calavera. Tenía sangre en el rostro,
en las sienes, en el cuello, pero la tierra había servido de cauterio y, aunque
ahora sangraba de nuevo, mientras estuvo inconsciente su corazón tuvo una razón
para latir además de la del miedo.
Estaba anocheciendo.
...
ALBERTO MÉNDEZ, Los girasoles
ciegos.
Realiza el análisis
léxico-semántico del texto anterior. ;)
"PELOTÓN",SILENCIO."APUNTEN".
SILENCIO."FUEGO"
Si alguien gritó ,nadie pudo oírlo.
Cuando el capitán Alegría recobró el
conocimiento, estaba sepultado en una fosa común amalgamado en un caos de
muertos y de tierra. Tardó tiempo, pero, desoyendo el dolor, supo que había
transgredido, de nuevo, las leyes del mundo donde el retorno está prohibido.
Estaba vivo. Un universo de médulas, cartílagos inertes, sangre coagulada,
heces, alientos detenidos y corazones sorprendidos por la muerte conservaron
bolsas de aire en aquel desajuste de difuntos que le permitió respirar aun
enterrado. Estaba vivo.
Hay una oscuridad para los vivos y otra
oscuridad para los muertos y Alegría las confundió porque no trató de abrir los
ojos, pero al oír su propio llanto supo que aquél no era el silencio de los
muertos. Estaba vivo.
Alegría siempre habló de ese momento
como de un parto. Exhausto, tardó tiempo en definir los perfiles de su cuerpo,
desmadejado y oprimido por cadáveres enredados unos con otros. Un escozor en la
cabeza enmarcaba un punto tan doloroso que pensó que tenía abierto el cráneo en
dos mitades. Lentamente, procurando no alterar la quietud de aquellos muertos,
fue arrimando sus brazos a su cuerpo, deteniéndose tras cada esfuerzo para no
jadear porque temía que se acabara el aire, fue haciendo acopio de la fuerza
necesaria para zafarse del peso que le inmovilizaba. Había visto la fosa en la
que estaba enterrado antes de la ejecución y, dada su profundidad, no podía
tener muchos cadáveres encima. Lo intentó varias veces y, en cada intento,
comprobó que algo se desplazaba y dejaba de oprimirle, hasta que, al fin, todo
cedió y se encontró a cielo raso. La tierra ocupó su puesto y se arrastró hasta
llegar a un terraplén por el que se dejó caer procurando sofocar su llanto.
Estaba todo él menos sus gafas.
Una bala le había dado en la parte alta de
la frente de tal suerte que resbaló sobre su cráneo, abriendo una profunda
herida casi hasta la nuca, sin romper la calavera. Tenía sangre en el rostro,
en las sienes, en el cuello, pero la tierra había servido de cauterio y, aunque
ahora sangraba de nuevo, mientras estuvo inconsciente su corazón tuvo una razón
para latir además de la del miedo.
Estaba anocheciendo.
...
ALBERTO MÉNDEZ, Los girasoles
ciegos.
Realiza el análisis
léxico-semántico del texto anterior. ;)
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sábado, 18 de junio de 2016
TENEMOS LA VIBRACIÓN.
REVELACIÓN
Era en Numancia, al tiempo que declina
la tarde del agosto augusto y lento,
Numancia del silencio y de la ruina,
alma de libertad, trono del viento.
La luz se hacía por momentos mina
de transparencia y desvanecimiento,
diafanidad de ausencia vespertina,
esperanza, esperanza del portento.
Súbito ¿dónde? un pájaro sin lira,
sin rama, sin atril, canta, del ira,
flota en la cima de su fiebre aguda.
Vivo latir de Dios nos goteaba,
risa y charla de Dios, libre y desnuda.
Y el pájaro, sabiéndolo, cantaba.
GERARDO DIEGO, ALONDRA DE VERDAD
Realiza el comentario de texto del poema (contextualización,
análisis métrico, tema, estructura externa e interna, figuras literarias y
conclusión).
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lunes, 13 de junio de 2016
SUMA Y SIGUE: CLARA JANES
Paso a paso, letra a letra, palabra a palabra
La belleza nos salva
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jueves, 9 de junio de 2016
ELLAS: Tras (Lúcidas)
En esta antología de poesía podemos encontrar 29 autoras españolas actuales.
Se reúnen las tres lenguas romances de España: castellano, gallego y catalán.
Recopilación realizada por Marta López Vilar.
A su vez, una de las autoras que aparece, Aurora Luque, ha hecho una labor extraordinaria para rescatar autoras olvidadas..., lo que me recuerda a las Sin sombrero.
Por fin la mujer es leída y reconocida. Ya era hora.
Se reúnen las tres lenguas romances de España: castellano, gallego y catalán.
Recopilación realizada por Marta López Vilar.
A su vez, una de las autoras que aparece, Aurora Luque, ha hecho una labor extraordinaria para rescatar autoras olvidadas..., lo que me recuerda a las Sin sombrero.
Por fin la mujer es leída y reconocida. Ya era hora.
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martes, 24 de mayo de 2016
EMPATÍA
En la siguiente dirección podéis encontrar cinco estupendos cortos de animación para tratar el tema de la empatía con ellos, con vosotros.
CORTOS (como sustantivo, no como adjetivo)
CORTOS (como sustantivo, no como adjetivo)
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martes, 17 de mayo de 2016
UNA DE MANEL
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jueves, 12 de mayo de 2016
QUE DURE SIEMPRE...
Hoy recomendamos este fantástico programa dedicado a la música, a la literatura, al arte, en general...con mucho arte e insectos etéreos, cuyo aleteo suena como soñar un sonido
QUÍMICA MENTE
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lunes, 9 de mayo de 2016
¡NADA MÁS FÁCIL! BIBLIOTRAILLER
Podréis realizar una bibliotrailler para nuestra biblioteca, y recomendar así a vuestros compañeros y profesores, los libros que más os han impresionado.
En la página leer.es podéis encontrar más información, en la sección de recursos:
creacion-de-una-bibliotrailler
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domingo, 1 de mayo de 2016
UNA DE FILOSOFÍA: ¿QUIÉNES SOMOS, ADÓNDE VAMOS Y DE DÓNDE VENIMOS?
RUBÉN DARÍO.
LO FATAL
Dichoso el árbol, que es apenas sensitivo,
y más la piedra dura porque ésa ya no siente,
pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo
ni mayor pesadumbre que la vida consciente.
Ser, y no saber nada, y ser sin rumbo cierto,
y el temor de haber sido y un futuro terror...
¡Y el espanto seguro de estar mañana muerto,
y sufrir por la vida y por la sombra y por
lo que no conocemos y apenas sospechamos,
y la carne que tienta con sus frescos racimos,
y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos
y no saber adónde vamos,
ni de dónde venimos!...
1. Mide el poema y busca las figuras retóricas más importantes.
2. ¿Cuál crees que es el tema fundamental?
3. Compara los versos 10 y 11 y di qué significan esas metáforas.
4. ¿Sabes cuáles son las tres grandes preguntas de la filosofía de todos los
tiempos?
JUAN RAMÓN JIMÉNEZ
EL VIAJE DEFINITIVO
Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros
cantando.
Y se quedará mi huerto con su verde árbol,
y con su pozo blanco.
cantando.
Y se quedará mi huerto con su verde árbol,
y con su pozo blanco.
Todas las tardes el cielo será azul y plácido,
y tocarán, como esta tarde están tocando,
las campanas del campanario.
y tocarán, como esta tarde están tocando,
las campanas del campanario.
Se morirán aquellos que me amaron
y el pueblo se hará nuevo cada año;
y lejos del bullicio distinto, sordo, raro
del domingo cerrado,
del coche de las cinco, de las siestas del baño,
en el rincón secreto de mi huerto florido y encalado,
mi espíritu de hoy errará, nostáljico...
y el pueblo se hará nuevo cada año;
y lejos del bullicio distinto, sordo, raro
del domingo cerrado,
del coche de las cinco, de las siestas del baño,
en el rincón secreto de mi huerto florido y encalado,
mi espíritu de hoy errará, nostáljico...
Y yo me iré, y seré otro, sin hogar, sin árbol
verde, sin pozo blanco,
sin cielo azul y plácido...
Y se quedarán los pájaros cantando.
verde, sin pozo blanco,
sin cielo azul y plácido...
Y se quedarán los pájaros cantando.
1. ¿Cuál es el tema del poema?
2. ¿Crees que tu lugar, ______, seguirá igual cuando tú ya no estés?
3. ¿Piensas que la consciencia de nuestra propia muerte condiciona nuestra
vida?
4. JRJ era único. Recopila sus poemas en Antolojías. ¿Hay alguna palabra del poema que esté mal escrita según la norma?
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martes, 26 de abril de 2016
A LAS SIN SOMBRERO
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miércoles, 20 de abril de 2016
SON YA 30 AÑOS. EL INFINITO BORGES
Pierre Menard, autor del Quijote
A Silvina Ocampo
La obra visible que ha dejado este novelista es de fácil y breve enumeración. Son, por
lo tanto, imperdonables las omisiones y adiciones perpetradas por madame Henri
Bachelier en un catálogo falaz que cierto diario cuya tendencia «protestante» no es un
secreto ha tenido la desconsideración de inferir a sus deplorables lectores -si bien estos
son pocos y calvinistas, cuando no masones y circuncisos-. Los amigos auténticos de
Menard han visto con alarma ese catálogo y aun con cierta tristeza. Diríase que ayer nos
reunimos ante el mármol final y entre los cipreses infaustos y ya el Error trata de
empañar su Memoria... Decididamente, una breve rectificación es inevitable.
Me consta que es muy fácil recusar mi pobre autoridad. Espero, sin embargo, que no
me prohibirán mencionar dos altos testimonios. La baronesa de Bacourt (en cuyos
vendredis inolvidables tuve el honor de conocer al llorado poeta) ha tenido a bien aprobar
las líneas que siguen. La condesa de Bagnoregio, uno de los espíritus más finos del
principado de Mónaco (y ahora de Pittsburgh, Pennsylvania, después de su reciente boda
con el filántropo internacional Simón Kautzsch, tan calumniado, ¡ay!, por las víctimas de
sus desinteresadas maniobras) ha sacrificado «a la veracidad y a la muerte» (tales son
sus palabras) la señoril reserva que la distingue y en una carta abierta publicada en la
revista Luxe me concede asimismo su beneplácito. Esas ejecutorias, creo, no son
insuficientes.
He dicho que la obra visible de Menard es fácilmente enumerable. Examinado con
esmero su archivo particular, he verificado que consta de las piezas que siguen:
a) Un soneto simbolista que apareció dos veces (con variaciones) en la revista La
conque (números de marzo y octubre de 1899).
b) Una monografía sobre la posibilidad de construir un vocabulario poético de
conceptos que no fueran sinónimos o perífrasis de los que informan el lenguaje
común, «sino objetos ideales creados por una convención y esencialmente
destinados a las necesidades poéticas» (Nîmes, 1901).
c) Una monografía sobre «ciertas conexiones o afinidades» del pensamiento de
Descartes, de Leibniz y de John Wilkins (Nîmes, 1903).
d) Una monografía sobre la Characteristica universalis de Leibniz (Nîmes, 1904).
e) Un artículo técnico sobre la posibilidad de enriquecer el ajedrez eliminando uno
de los peones de torre. Menard propone, recomienda, discute y acaba por
rechazar esa innovación.
f) Una monografía sobre el Ars magna generalis de Ramón Llull (Nîmes, 1906).
g) Una traducción con prólogo y notas del Libro de la invención liberal y arte del
juego del axedrez de Ruy López de Segura (París, 1907).
h) Los borradores de una monografía sobre la lógica simbólica de George Boole..
i) Un examen de las leyes métricas esenciales de la prosa francesa, ilustrado con
ejemplos de Saint-Simon (Revue des Langues Romanes, Montpellier, octubre
de 1909).
j) Una réplica a Luc Durtain (que había negado la existencia de tales leyes)
ilustrada con ejemplos de Luc Durtain (Revue des Langues Romanes,
Montpellier, diciembre de 1909).
k) Una traducción manuscrita de la Aguja de navegar cultos de Quevedo,
intitulada La Boussole des précieux.
l) Un prefacio al catálogo de la exposición de litografías de Carolus Hourcade
(Nîmes, 1914).
m) La obra Les Problèmes d un problème (París, 1917) que discute en orden
cronológico las soluciones del ilustre problema de Aquiles y la tortuga. Dos
ediciones de este libro han aparecido hasta ahora; la segunda trae como
epígrafe el consejo de Leibniz «Ne craignez point, monsieur, la tortue», y
renueva los capítulos dedicados a Russell y a Descartes.
n) Un obstinado análisis de las «costumbres sintácticas» de Toulet (N.R.F., marzo
de 1921). Menard -recuerdo- declaraba que censurar y alabar son operaciones
sentimentales que nada tienen que ver con la crítica.
o) Una transposición en alejandrinos del Cimetière marin, de Paul Valéry (N.R.F.,
enero de 1928).
p) Una invectiva contra Paul Valéry, en las Hojas para la supresión de la
realidad de Jacques Reboul. (Esa invectiva, dicho sea entre paréntesis, es el
reverso exacto de su verdadera opinión sobre Valéry. Éste así lo entendió y la
amistad antigua de los dos no corrió peligro.)
q) Una «definición» de la condesa de Bagnoregio, en el «victorioso volumen» -la
locución es de otro colaborador, Gabriele d'Annunzio- que anualmente publica
esta dama para rectificar los inevitables falseos del periodismo y presentar «al
mundo y a Italia» una auténtica efigie de su persona, tan expuesta (en razón
misma de su belleza y de su actuación) a interpretaciones erróneas o
apresuradas.
r) Un ciclo de admirables sonetos para la baronesa de Bacourt (1934).
s) Una lista manuscrita de versos que deben su eficacia a la puntuación.
Hasta aquí (sin otra omisión que unos vagos sonetos circunstanciales para el hospitalario, o ávido, álbum de madame Henri Ba- a chelier) la obra visible de Menard, en su orden cronológico. Paso ahora a la otra: la subterránea, la interminablemente heroica, la impar. También, ¡ay de las posibilidades del hombre!, la inconclusa. Esa obra, tal vez la más significativa de nuestro tiempo, consta de los capítulos noveno y trigésimo octavo de la primera parte del Don Quijote y de un fragmento del capítulo veintidós. Yo sé que tal afirmación parece un dislate; justificar ese «dislate» es el objeto primordial de esta nota. Madame Henri Bachelier enumera asimismo una versión literal de ¡aversión literal que hizo Quevedo de la Introduction à la vie dévote de san Francisco de Sales. En la biblioteca de Pierre Menard no hay rastros de tal obra. Debe tratarse de una broma de nuestro amigo, mal escuchada. 2 Tuve también el propósito secundario de bosquejar la imagen de Pierre Menard. Pero ¿cómo atreverme a competir con las páginas áureas que me dicen prepara la baronesa de Bacourt o con el lápiz delicado y puntual de Carolus Hourcade? Dos textos de valor desigual inspiraron la empresa. Uno es aquel fragmento filológico de Novalis -el que lleva el número 2.005 en la edición de Dresden- que esboza el tema de la total identificación con un autor determinado. Otro es uno de esos libros parasitarios que sitúan a Cristo en un bulevar, a Hamlet en la Cannebiére o a don Quijote en Wall Street. Como todo hombre de buen gusto, Menard abominaba de esos carnavales inútiles, sólo aptos -decía- para ocasionar el plebeyo placer del anacronismo o (lo que es peor) para embelesarnos con la idea primaria de que todas las épocas son iguales o de que son distintas. Más interesante, aunque de ejecución contradictoria y superficial, le parecía el famoso propósito de Daudet: conjugar en una figura, que es Tartarín, al Ingenioso Hidalgo y a su escudero... Quienes han insinuado que Menard dedicó su vida a escribir un Quijote contemporáneo, calumnian su clara memoria. No quería componer otro Quijote -lo cual es fácil- sino «el» Quijote. Inútil agregar que no encaró nunca una transcripción mecánica del original; no se proponía copiarlo. Su admirable ambición era producir unas páginas que coincidieran -palabra por palabra y línea por línea- con las de Miguel de Cervantes. «Mi propósito es meramente asombroso», me escribió el 30 de septiembre de 1934 desde Bayonne. «El término final de una demostración teológica o metafísica -el mundo externo, Dios, la causalidad, las formas universales- no es menos anterior y común que mi divulgada novela. La sola diferencia es que los filósofos publican en agradables volúmenes las etapas intermediarias de su labor y que yo he resuelto perderlas.» En efecto, no queda un solo borrador que atestigüe ese trabajo de años. El método inicial que imaginó era relativamente sencillo. Conocer bien el español, recuperar la fe católica, guerrear contra los moros o contra el turco, olvidar la historia de Europa entre los años de 1602 y de 1918, ser Miguel de Cervantes. Pierre Menard estudió ese procedimiento (sé que logró un manejo bastante fiel del español del siglo XVII) pero lo descartó por fácil. ¡Más bien por imposible!, dirá el lector. De acuerdo, pero la empresa era de antemano imposible y de todos los medios imposibles para llevarla a término, éste era el menos interesante. Ser en el siglo XX un novelista popular del siglo XVII le pareció una disminución. Ser, de alguna manera, Cervantes y llegar al Quijote le pareció menos arduo -por consiguiente, menos interesante- que seguir siendo Pierre Menard y llegar al Quijote, a través de las experiencias de Pierre Menard. (Esa convicción, dicho sea de paso, le hizo excluir el prólogo autobiográfico de la segunda parte del Don Quijote. Incluir ese prólogo hubiera sido crear otro personaje -Cervantes- pero también hubiera significado presentar el Quijote en función de ese personaje y no de Menard. Éste, naturalmente, se negó a esa facilidad.) «Mi empresa no es difícil, esencialmente -leo en otro lugar de la carta-. Me bastaría ser inmortal para llevarla a cabo.» ¿Confesaré que suelo imaginar que la terminó y que leo el Quijote -todo el Quijote- como si lo hubiera pensado Menard? Noches pasadas, al hojear el capítulo XXVI -no ensayado nunca por él- reconocí el estilo de nuestro amigo y como su voz en esta frase excepcional: «las ninfas de los ríos, la dolorosa y húmida Eco». Esa conjunción eficaz de un adjetivo moral y otro físico me trajo a la memoria un verso de Shakespeare, que discutimos una tarde: Where a malignant and a turbaned Turk... ¿Por qué precisamente el Quijote? dirá nuestro lector. Esa preferencia, en un español, no hubiera sido inexplicable; pero sin duda lo es en un simbolista de Nîmes, devoto esencialmente de Poe, que engendró a Baudelaire, que engendró a Mallarmé, que Ficciones Jorge Luis Borges 23 engendró a Valéry, que engendró a Edmond Teste. La carta precitada ilumina el punto. «El Quijote -aclara Menard- me interesa profundamente, pero no me parece ¿cómo lo diré? inevitable. No puedo imaginar el universo sin la interjección de Edgar Allan Poe: Ah, bear in mind this Barden was enchanted! o sin el Bateau ivre o el Ancient Mariner, pero me sé capaz de imaginarlo sin el Quijote. (Hablo, naturalmente, de mi capacidad personal, no de la resonancia histórica de las obras.) El Quijote es un libro contingente, el Quijote es innecesario. Puedo premeditar su escritura, puedo escribirlo, sin incurrir en una tautología. A los doce o trece años lo leí, tal vez íntegramente. Después, he releído con atención algunos capítulos, aquellos que no intentaré por ahora. He cursado asimismo los entremeses, las comedias, La Galatea, las Novelas ejemplares, los trabajos sin duda laboriosos de Persiles y Segismunda y el Viaje del Parnaso... Mi recuerdo general del Quijote, simplificado por el olvido y la indiferencia, puede muy bien equivaler a la imprecisa imagen anterior de un libro no escrito. Postulada esa imagen (que nadie en buena ley me puede negar) es indiscutible que mi problema es harto más difícil que el de Cervantes. Mi complaciente precursor no rehusó la colaboración del azar: iba componiendo la obra inmortal un poco à la diable, llevado por inercias del lenguaje y de la invención. Yo he contraído el misterioso deber de reconstruir literalmente su obra espontánea. Mi solitario juego está gobernado por dos leyes polares. La primera me permite ensayar variantes de tipo formal o psicológico; la segunda me obliga a sacrificarlas al texto «original» y a razonar de un modo irrefutable esa aniquilación... A esas trabas artificiales hay que sumar otra, congénita. Componer el Quijote a principios del siglo Xvii era una empresa razonable, necesaria, acaso fatal; a principios del XX, es casi imposible. No en vano han transcurrido trescientos años, cargados de complejísimos hechos. Entre ellos, para mencionar uno solo: el mismo Quijote.» A pesar de esos tres obstáculos, el fragmentario Quijote de Menard es más sutil que el de Cervantes. Éste, de un modo burdo, opone a las ficciones caballerescas la pobre realidad provinciana de su país; Menard elige como «realidad» la tierra de Carmen durante el siglo de Lepanto y de Lope. ¡Qué españoladas no habría aconsejado esa elección a Maurice Barrès o al doctor Rodríguez Larreta! Menard, con toda naturalidad, las elude. En su obra no hay gitanerías ni conquistadores ni místicos ni Felipe II ni autos de fe. Desatiende o proscribe el color local. Ese desdén indica un sentido nuevo de la novela histórica. Ese desdén condena a Salammbô, inapelablemente. No menos asombroso es considerar capítulos aislados. Por ejemplo, examinemos el XXXVIII de la primera parte, «que trata del curioso discurso que hizo don Quixote de las armas y las letras». Es sabido que don Quijote (como Quevedo en el pasaje análogo, y posterior, de La hora de todos) falla el pleito contra las letras y en favor de las armas. Cervantes era un viejo militar: su fallo se explica. ¡Pero que el don Quijote de Pierre Menard -hombre contemporáneo de La Trahison des clercs y de Bertrand Russellreincida en esas nebulosas sofisterías! Madame Bachelier ha visto en ellas una admirable y típica subordinación del autor a la psicología del héroe; otros (nada perspicazmente) una transcripción del Quijote; la baronesa de Bacourt, la influencia de Nietzsche. A esa tercera interpretación (que juzgo irrefutable) no sé si me atreveré a añadir una cuarta, que condice muy bien con la casi divina modestia de Pierre Menard: su hábito resignado o irónico de propagar ideas que eran el estricto reverso de las preferidas por él. (Rememoremos otra vez su diatriba contra Paul Valéry en la efímera hoja superrealista Jacques Reboul.) El texto de Cervantes y el de Menard son verbalmente idénticos, pero el segundo es casi infinitamente más rico. (Más ambiguo, dirán sus detractores; pero la ambigüedad es una riqueza.) Es una revelación cotejar el Don Quijote de Menard con el de Cervantes. Éste, por ejemplo, escribió (Don Quijote, primera parte, noveno capítulo,): ... la verdad cuya madre es la historia, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir. Redactada en el siglo XVII, redactada por el «ingenio lego» Cervantes, esa enumeración es un mero elogio retórico de la historia. Menard, en cambio, escribe: ... la verdad, cuya madre es la historia, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir. La historia, «madre» de la verdad; la idea es asombrosa. Menard, contemporáneo de William James, no define la historia como una indagación de la realidad sino como su origen. La verdad histórica, para él, no es lo que sucedió; es lo que juzgamos que sucedió. Las cláusulas finales -«ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir»- son descaradamente pragmáticas. También es vívido el contraste de los estilos. El estilo arcaizante de Menard -extranjero al fin- adolece de alguna afectación. No así el del precursor, que maneja con desenfado el español corriente de su época. No hay ejercicio intelectual que no sea finalmente inútil. Una doctrina es al principio una descripción verosímil del universo; giran los años y es un mero capítulo -cuando no un párrafo o un nombre- de la historia de la filosofía. En la literatura, esa caducidad es aún más notoria. El Quijote -me dijo Menard- fue ante todo un libro agradable; ahora es una ocasión de brindis patriótico, de soberbia gramatical, de obscenas ediciones de lujo. La gloria es una incomprensión y quizá la peor. Nada tienen de nuevo esas comprobaciones nihilistas; lo singular es la decisión que de ellas derivó Pierre Menard. Resolvió adelantarse a la vanidad que aguarda todas las fatigas del hombre; acometió una empresa complejísima y de antemano fútil. Dedicó sus escrúpulos y vigilias a repetir en un idioma ajeno un libro preexistente. Multiplicó los borradores; corrigió tenazmente y desgarró miles de páginas manuscritas.1 No permitió que fueran examinadas por nadie y cuidó que no le sobrevivieran. En vano he procurado reconstruirlas. He reflexionado que es lícito ver en el Quijote «final» una especie de palimpsesto, en el que deben traslucirse los rastros -tenues pero no indescifrables- de la «previa» escritura de nuestro amigo. Desgraciadamente, sólo un segundo Pierre Menard, invirtiendo el trabajo del anterior, podría exhumar y resucitar esas Troyas... «Pensar, analizar, inventar -me escribió también- no son actos anómalos, son la normal respiración de la inteligencia. Glorificar el ocasional cumplimiento de esa función, atesorar 1 Recuerdo sus cuadernos cuadriculados, sus negras tachaduras, sus peculiares símbolos tipográficos y su letra de insecto. En los atardeceres le gustaba salir a caminar por los arrabales de Nîmes; solía llevar consigo un cuaderno y hacer una alegre fogata. Ficciones Jorge Luis Borges 25 antiguos y ajenos pensamientos, recordar con incrédulo estupor que el doctor universalis pensó, es confesar nuestra languidez o nuestra barbarie. Todo hombre debe ser capaz de todas las ideas y entiendo que en el porvenir lo será.» Menard (acaso sin quererlo) ha enriquecido mediante una técnica nueva el arte detenido y rudimentario de la lectura: la técnica del anacronismo deliberado y de las atribuciones erróneas. Esa técnica de aplicación infinita nos insta a recorrer la Odisea como si fuera posterior a la Eneida y el libro Le jardin du Centaure a madame Henri Bachelier como si fuera de madame Henri Bachelier. Esa técnica puebla de aventura los libros más calmosos. Atribuir a Louis Ferdinand Céline o a James Joyce la Imitación de Cristo ¿no es una suficiente renovación de esos tenues avisos espirituales?
Hasta aquí (sin otra omisión que unos vagos sonetos circunstanciales para el hospitalario, o ávido, álbum de madame Henri Ba- a chelier) la obra visible de Menard, en su orden cronológico. Paso ahora a la otra: la subterránea, la interminablemente heroica, la impar. También, ¡ay de las posibilidades del hombre!, la inconclusa. Esa obra, tal vez la más significativa de nuestro tiempo, consta de los capítulos noveno y trigésimo octavo de la primera parte del Don Quijote y de un fragmento del capítulo veintidós. Yo sé que tal afirmación parece un dislate; justificar ese «dislate» es el objeto primordial de esta nota. Madame Henri Bachelier enumera asimismo una versión literal de ¡aversión literal que hizo Quevedo de la Introduction à la vie dévote de san Francisco de Sales. En la biblioteca de Pierre Menard no hay rastros de tal obra. Debe tratarse de una broma de nuestro amigo, mal escuchada. 2 Tuve también el propósito secundario de bosquejar la imagen de Pierre Menard. Pero ¿cómo atreverme a competir con las páginas áureas que me dicen prepara la baronesa de Bacourt o con el lápiz delicado y puntual de Carolus Hourcade? Dos textos de valor desigual inspiraron la empresa. Uno es aquel fragmento filológico de Novalis -el que lleva el número 2.005 en la edición de Dresden- que esboza el tema de la total identificación con un autor determinado. Otro es uno de esos libros parasitarios que sitúan a Cristo en un bulevar, a Hamlet en la Cannebiére o a don Quijote en Wall Street. Como todo hombre de buen gusto, Menard abominaba de esos carnavales inútiles, sólo aptos -decía- para ocasionar el plebeyo placer del anacronismo o (lo que es peor) para embelesarnos con la idea primaria de que todas las épocas son iguales o de que son distintas. Más interesante, aunque de ejecución contradictoria y superficial, le parecía el famoso propósito de Daudet: conjugar en una figura, que es Tartarín, al Ingenioso Hidalgo y a su escudero... Quienes han insinuado que Menard dedicó su vida a escribir un Quijote contemporáneo, calumnian su clara memoria. No quería componer otro Quijote -lo cual es fácil- sino «el» Quijote. Inútil agregar que no encaró nunca una transcripción mecánica del original; no se proponía copiarlo. Su admirable ambición era producir unas páginas que coincidieran -palabra por palabra y línea por línea- con las de Miguel de Cervantes. «Mi propósito es meramente asombroso», me escribió el 30 de septiembre de 1934 desde Bayonne. «El término final de una demostración teológica o metafísica -el mundo externo, Dios, la causalidad, las formas universales- no es menos anterior y común que mi divulgada novela. La sola diferencia es que los filósofos publican en agradables volúmenes las etapas intermediarias de su labor y que yo he resuelto perderlas.» En efecto, no queda un solo borrador que atestigüe ese trabajo de años. El método inicial que imaginó era relativamente sencillo. Conocer bien el español, recuperar la fe católica, guerrear contra los moros o contra el turco, olvidar la historia de Europa entre los años de 1602 y de 1918, ser Miguel de Cervantes. Pierre Menard estudió ese procedimiento (sé que logró un manejo bastante fiel del español del siglo XVII) pero lo descartó por fácil. ¡Más bien por imposible!, dirá el lector. De acuerdo, pero la empresa era de antemano imposible y de todos los medios imposibles para llevarla a término, éste era el menos interesante. Ser en el siglo XX un novelista popular del siglo XVII le pareció una disminución. Ser, de alguna manera, Cervantes y llegar al Quijote le pareció menos arduo -por consiguiente, menos interesante- que seguir siendo Pierre Menard y llegar al Quijote, a través de las experiencias de Pierre Menard. (Esa convicción, dicho sea de paso, le hizo excluir el prólogo autobiográfico de la segunda parte del Don Quijote. Incluir ese prólogo hubiera sido crear otro personaje -Cervantes- pero también hubiera significado presentar el Quijote en función de ese personaje y no de Menard. Éste, naturalmente, se negó a esa facilidad.) «Mi empresa no es difícil, esencialmente -leo en otro lugar de la carta-. Me bastaría ser inmortal para llevarla a cabo.» ¿Confesaré que suelo imaginar que la terminó y que leo el Quijote -todo el Quijote- como si lo hubiera pensado Menard? Noches pasadas, al hojear el capítulo XXVI -no ensayado nunca por él- reconocí el estilo de nuestro amigo y como su voz en esta frase excepcional: «las ninfas de los ríos, la dolorosa y húmida Eco». Esa conjunción eficaz de un adjetivo moral y otro físico me trajo a la memoria un verso de Shakespeare, que discutimos una tarde: Where a malignant and a turbaned Turk... ¿Por qué precisamente el Quijote? dirá nuestro lector. Esa preferencia, en un español, no hubiera sido inexplicable; pero sin duda lo es en un simbolista de Nîmes, devoto esencialmente de Poe, que engendró a Baudelaire, que engendró a Mallarmé, que Ficciones Jorge Luis Borges 23 engendró a Valéry, que engendró a Edmond Teste. La carta precitada ilumina el punto. «El Quijote -aclara Menard- me interesa profundamente, pero no me parece ¿cómo lo diré? inevitable. No puedo imaginar el universo sin la interjección de Edgar Allan Poe: Ah, bear in mind this Barden was enchanted! o sin el Bateau ivre o el Ancient Mariner, pero me sé capaz de imaginarlo sin el Quijote. (Hablo, naturalmente, de mi capacidad personal, no de la resonancia histórica de las obras.) El Quijote es un libro contingente, el Quijote es innecesario. Puedo premeditar su escritura, puedo escribirlo, sin incurrir en una tautología. A los doce o trece años lo leí, tal vez íntegramente. Después, he releído con atención algunos capítulos, aquellos que no intentaré por ahora. He cursado asimismo los entremeses, las comedias, La Galatea, las Novelas ejemplares, los trabajos sin duda laboriosos de Persiles y Segismunda y el Viaje del Parnaso... Mi recuerdo general del Quijote, simplificado por el olvido y la indiferencia, puede muy bien equivaler a la imprecisa imagen anterior de un libro no escrito. Postulada esa imagen (que nadie en buena ley me puede negar) es indiscutible que mi problema es harto más difícil que el de Cervantes. Mi complaciente precursor no rehusó la colaboración del azar: iba componiendo la obra inmortal un poco à la diable, llevado por inercias del lenguaje y de la invención. Yo he contraído el misterioso deber de reconstruir literalmente su obra espontánea. Mi solitario juego está gobernado por dos leyes polares. La primera me permite ensayar variantes de tipo formal o psicológico; la segunda me obliga a sacrificarlas al texto «original» y a razonar de un modo irrefutable esa aniquilación... A esas trabas artificiales hay que sumar otra, congénita. Componer el Quijote a principios del siglo Xvii era una empresa razonable, necesaria, acaso fatal; a principios del XX, es casi imposible. No en vano han transcurrido trescientos años, cargados de complejísimos hechos. Entre ellos, para mencionar uno solo: el mismo Quijote.» A pesar de esos tres obstáculos, el fragmentario Quijote de Menard es más sutil que el de Cervantes. Éste, de un modo burdo, opone a las ficciones caballerescas la pobre realidad provinciana de su país; Menard elige como «realidad» la tierra de Carmen durante el siglo de Lepanto y de Lope. ¡Qué españoladas no habría aconsejado esa elección a Maurice Barrès o al doctor Rodríguez Larreta! Menard, con toda naturalidad, las elude. En su obra no hay gitanerías ni conquistadores ni místicos ni Felipe II ni autos de fe. Desatiende o proscribe el color local. Ese desdén indica un sentido nuevo de la novela histórica. Ese desdén condena a Salammbô, inapelablemente. No menos asombroso es considerar capítulos aislados. Por ejemplo, examinemos el XXXVIII de la primera parte, «que trata del curioso discurso que hizo don Quixote de las armas y las letras». Es sabido que don Quijote (como Quevedo en el pasaje análogo, y posterior, de La hora de todos) falla el pleito contra las letras y en favor de las armas. Cervantes era un viejo militar: su fallo se explica. ¡Pero que el don Quijote de Pierre Menard -hombre contemporáneo de La Trahison des clercs y de Bertrand Russellreincida en esas nebulosas sofisterías! Madame Bachelier ha visto en ellas una admirable y típica subordinación del autor a la psicología del héroe; otros (nada perspicazmente) una transcripción del Quijote; la baronesa de Bacourt, la influencia de Nietzsche. A esa tercera interpretación (que juzgo irrefutable) no sé si me atreveré a añadir una cuarta, que condice muy bien con la casi divina modestia de Pierre Menard: su hábito resignado o irónico de propagar ideas que eran el estricto reverso de las preferidas por él. (Rememoremos otra vez su diatriba contra Paul Valéry en la efímera hoja superrealista Jacques Reboul.) El texto de Cervantes y el de Menard son verbalmente idénticos, pero el segundo es casi infinitamente más rico. (Más ambiguo, dirán sus detractores; pero la ambigüedad es una riqueza.) Es una revelación cotejar el Don Quijote de Menard con el de Cervantes. Éste, por ejemplo, escribió (Don Quijote, primera parte, noveno capítulo,): ... la verdad cuya madre es la historia, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir. Redactada en el siglo XVII, redactada por el «ingenio lego» Cervantes, esa enumeración es un mero elogio retórico de la historia. Menard, en cambio, escribe: ... la verdad, cuya madre es la historia, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir. La historia, «madre» de la verdad; la idea es asombrosa. Menard, contemporáneo de William James, no define la historia como una indagación de la realidad sino como su origen. La verdad histórica, para él, no es lo que sucedió; es lo que juzgamos que sucedió. Las cláusulas finales -«ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir»- son descaradamente pragmáticas. También es vívido el contraste de los estilos. El estilo arcaizante de Menard -extranjero al fin- adolece de alguna afectación. No así el del precursor, que maneja con desenfado el español corriente de su época. No hay ejercicio intelectual que no sea finalmente inútil. Una doctrina es al principio una descripción verosímil del universo; giran los años y es un mero capítulo -cuando no un párrafo o un nombre- de la historia de la filosofía. En la literatura, esa caducidad es aún más notoria. El Quijote -me dijo Menard- fue ante todo un libro agradable; ahora es una ocasión de brindis patriótico, de soberbia gramatical, de obscenas ediciones de lujo. La gloria es una incomprensión y quizá la peor. Nada tienen de nuevo esas comprobaciones nihilistas; lo singular es la decisión que de ellas derivó Pierre Menard. Resolvió adelantarse a la vanidad que aguarda todas las fatigas del hombre; acometió una empresa complejísima y de antemano fútil. Dedicó sus escrúpulos y vigilias a repetir en un idioma ajeno un libro preexistente. Multiplicó los borradores; corrigió tenazmente y desgarró miles de páginas manuscritas.1 No permitió que fueran examinadas por nadie y cuidó que no le sobrevivieran. En vano he procurado reconstruirlas. He reflexionado que es lícito ver en el Quijote «final» una especie de palimpsesto, en el que deben traslucirse los rastros -tenues pero no indescifrables- de la «previa» escritura de nuestro amigo. Desgraciadamente, sólo un segundo Pierre Menard, invirtiendo el trabajo del anterior, podría exhumar y resucitar esas Troyas... «Pensar, analizar, inventar -me escribió también- no son actos anómalos, son la normal respiración de la inteligencia. Glorificar el ocasional cumplimiento de esa función, atesorar 1 Recuerdo sus cuadernos cuadriculados, sus negras tachaduras, sus peculiares símbolos tipográficos y su letra de insecto. En los atardeceres le gustaba salir a caminar por los arrabales de Nîmes; solía llevar consigo un cuaderno y hacer una alegre fogata. Ficciones Jorge Luis Borges 25 antiguos y ajenos pensamientos, recordar con incrédulo estupor que el doctor universalis pensó, es confesar nuestra languidez o nuestra barbarie. Todo hombre debe ser capaz de todas las ideas y entiendo que en el porvenir lo será.» Menard (acaso sin quererlo) ha enriquecido mediante una técnica nueva el arte detenido y rudimentario de la lectura: la técnica del anacronismo deliberado y de las atribuciones erróneas. Esa técnica de aplicación infinita nos insta a recorrer la Odisea como si fuera posterior a la Eneida y el libro Le jardin du Centaure a madame Henri Bachelier como si fuera de madame Henri Bachelier. Esa técnica puebla de aventura los libros más calmosos. Atribuir a Louis Ferdinand Céline o a James Joyce la Imitación de Cristo ¿no es una suficiente renovación de esos tenues avisos espirituales?
JORGE LUIS BORGES, Nîmes, 1939
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lunes, 18 de abril de 2016
ORACIONES PARA APRENDER A ANALIZAR
SUJETO- ¿Quién?
|
¿QUIÉN O QUÉ HACE LA ACCIÓN?
|
ATRIBUTO ¿Cómo? o ¿Qué?
|
¿CÓMO? O ¿QUÉ?
|
CD ¿Qué?
|
¿QUÉ COSA?
|
CI ¿A quién?
|
¿A QUIÉN?
|
CCL ¿Dónde?
CCT ¿Cuándo?
CCM ¿Cómo? No es adjetivo.
CCCOMPAÑÍA ¿Con quién?
CCINSTRUMENTO ¿Con qué?
CCCAUSA ¿Por qué?
CCFINALIDAD ¿Para qué?
CCCANTIDAD ¿Cuánto?
|
¿DÓNDE?
¿CUÁNDO?
¿CÓMO?
¿CON QUIÉN?
¿CON QUÉ?
¿POR QUÉ?
¿PARA QUÉ?
¿CUÁNTO?
|
ANALIZA SINTÁCTICAMENTE:
-
Olvidaron el abrigo en el bar anoche.
-
Sevilla es una ciudad andaluza.
-
Ramón estaba cansado en el partido este fin de
semana.
-
Encontrasteis un tesoro en la playa aquel
verano.
-
Comprendí el problema de matemáticas muy bien.
-
Os dije el secreto sigilosamente.
-
Reiremos
mucho en el teatro mañana.
-
Dan regalos a los lectores en la biblioteca en
el día del libro.
-
Alemania estaba en guerra el siglo pasado.
-
Rumanía es un país europeo.
-
En pocos años seréis adultos.
-
Salían con prisa del instituto ayer.
-
Inventemos grandes sueños en nuestras cabezas.
-
Esta tarde compré unos bombones a mi marido.
-
Marta parecía agobiada en aquella fiesta.
-
Pedro le dio un consejo enseguida.
-
Reflexionó un rato en el sofá.
- Entonces, ambos se divirtieron muchísimo.
Por último, escribe el acróstico de estas oraciones:
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ACRÓSTICOS,
SINTAXIS
ROQUE BAÑOS
VETE DE MI, versión de Enrique Bunbury para la película Cantinflas con música compuesta por el jumillano ROQUE BAÑOS
Lo mejor de todo, el brillo de los ojos de Cantinflas. Clavado.
Lo mejor de todo, el brillo de los ojos de Cantinflas. Clavado.
martes, 12 de abril de 2016
TEN OJO. ACRÓSTICOS
Analiza sintácticamente las siguientes oraciones:
-
Hace mucho calor en el Sáhara durante el día.
-
Oímos a los pájaros por la mañana en el campo.
-
Laly estaba contenta estos días en el aula.
-
Algunos aprendizajes son útiles para la vida.
-
Atenas es la capital de Grecia.
-
María estaba preciosa aquel día en el viaje.
-
Imaginemos cosas bonitas todo el tiempo.
-
Ganamos el partido la semana pasada en Yecla.
-
Oí el acróstico en el instituto ayer.
-
Seremos completamente tolerantes y respetuosos
algún día.
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miércoles, 6 de abril de 2016
OTRO, TANTOS GENIOS... FEDERICO
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SINTAMOS: OFRENDA A MIGUEL. ÉL, TODO PASIÓN...Y VIBRACIÓN
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domingo, 3 de abril de 2016
OIGAMOS... O MEJOR, ESCUCHEMOS LA RADIO
EL OJO CRÍTICO
Recomiendo encarecidamente el programa de los viernes dedicado al Quijote.
Recomiendo encarecidamente el programa de los viernes dedicado al Quijote.
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lunes, 28 de marzo de 2016
LA IMPORTANCIA DE LA ACENTUACIÓN
Recordad, chicos, no es lo mismo decirle a un@ viud@: "Te acompaño en tu pena por la pérdida de tu esposa" que "Te acompaño en tu pena por la perdida de tu esposa"
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JUGAR CON PALABRAS,
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domingo, 21 de febrero de 2016
ADIÓS A LOS ECOS
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miércoles, 17 de febrero de 2016
A UN GENIO GENIAL
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SUBLIMES PALABRAS
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