Este artículo de Juan José Millás fue premonitorio. Escrito hace ya casi 10 años no puede ser más actual. Cuidado con tu lenguaje, condicionará tu pensamiento.
Realiza el comentario lingüístico en sus cuatro niveles: fono-fonológico, morfo-sintáctico, léxico-semántico y pragmático:
Una cosa incomprensible de la informática es que le obligue a uno a escribir mal. Todo junto, sin acentos, sin mayúsculas, sin eñes. Los habitantes del correo electrónico y de Internet en general parecen afásicos, como si les hubieran dado un golpe en la cabeza. Al principio uno se rebela, pero llega un momento en que si persistes en utilizar las mayúculas, los acentos, las eñes, incluso la sintaxis, en el espacio cibernético, te toman por un psicópata. No sabe uno cómo explicar que escribiendo mal es imposible pensar bien. Pero quizá lo que se esconde tras las órdenes del todo junto, sin acentos, sin mayúsculas, sin eñes, sin sintaxis, se resume en esta otra: sin pensamiento, por favor.De hecho los diccionarios incorporados a los procesadores de textos, carísimos por cierto, tienen un vocabulario tan pobre como el inglés de aeropuerto: sirven para averiguar dónde está el cuarto de baño, pero no proporciona elementos de juicio para saber de qué modo se utiliza una letrina o se tira de la cadena. Es cierto que uno puede ir enriqueciéndolo con la incorporación de nuevos términos, aunque para ello es necesario tener una cultura previa que al contacto con la informática puede deteriorarse gravemente, sobre todo si uno cae en el desvarío dadaísta de activar también el corrector sintáctico.
Yo creo que lo que sucedió en Babel no fue que Dios confundiera a los hombres dotándolos de diferentes lenguas, sino que les obligó a utilizar mal la que tenían: todo junto, sin acentos, sin mayúsculas, sin eñes, sin sintaxis: sin pensamiento. Pero sin pensamiento, por rudimentario que sea, no se puede levantar ni una modesta construcción de Lego; mucho menos un cúmulo de saberes desde los que alcanzar el cielo. Nuestra torre de Babel es la informática, y ya ha comenzado a confundirnos. Dios ataca de nuevo.
Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 30 de octubre de 1998
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