B2
Los padres también son más conscientes de la importancia
que tienen los idiomas para el futuro de sus hijos.
EL PAÍS
Aprende una segunda lengua, también nos dijeron,
y pedimos a nuestros padres un esfuerzo más.
Ellos lo comprendían, y alargaban la mano
con billetes rugosos y una sonrisa presa
de hasta cuándo las clases, hasta cuándo crecer,
hasta cuándo el dinero.
Viajamos a Dublín, Londres, Toronto, Malta…
con sustanciosas becas que el gobierno ofrecía
a la futura clase media,
y pusimos en marcha los primeros
how are you?, my name is, nice to meet you.
Bebimos negra la cerveza,
comimos fish and chips,
cogimos autobuses de dos plantas
e hicimos el amor por vez primera
en dormitorios donde no importaba el idioma.
Después llegó la crisis del ladrillo
y nos pidieron nuestros padres un esfuerzo más.
Emigramos a Londres, Berlín, Hamburgo, Zúrich…
fregamos vasos de cerveza negra,
recogimos bandejas de comida basura,
nos montamos en trenes sucios
e hicimos el amor como último remedio.
Y comprendimos, además,
que una segunda lengua es un exilio
irremediable
hacia el silencio.
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